Sin pedir permiso irrumpes en mis sueños y lo vuelves todo del revés.
Y vuelvo a tener dieciséis años y no se ha roto nada aún. Y sonreímos porque el mundo es pequeño, el enemigo tiene nombre y cara y nosotros, sólo nosotros, sabemos que somos los buenos y que venceremos.
Corremos, nos elevamos y aterrizamos siempre en blando. Reímos y todo es facilísimo otra vez.
Pero cuando despierto siento el peso de la realidad, de los sueños rotos y de los años como un meteorito estrellándose contra mí y haciéndome añicos.
Y me pregunto: "¿Por qué ya no corres, idiota?"
Y me quedo deshecha hasta el próximo sueño.